MARIANO OSPINA RODRÍGUEZ
La crisis
Revista de la Contraloría General de la República
Muchos siglos pasaron desde Hipócrates hasta el día en que un escocés llamó crisis al trastorno transitorio, más o menos intenso, que sufren los negocios industriales de un país, especialmente los mercantiles.
La crisis
miércoles, 3 de agosto de 2022
ESTA PALABRA SIGNIFICABA, ORIGINALMENTE, JUICIO. Cuentan que Hipócrates fue el primero que la usó para expresar el fenómeno que, viniendo inopinadamente en el curso de una enfermedad, es acompañado o seguido de un cambio feliz o desfavorable en los síntomas del mal.
Muchos siglos corrieron desde Hipócrates hasta el día en que un escocés llamó crisis al trastorno transitorio, más o menos intenso, que sufren los negocios industriales de un país, especialmente los mercantiles. La aplicación de la palabra al trastorno de los negocios ¿se hizo por razón de la analogía entre la enfermedad y el comercio? Esto no parece razonable, pues no hay ninguna. Debió ser más bien porque los hombres de los negocios suelen perder el juicio cuando ocurre el embarazo mercantil.
Sea como fuere esta cuestión, lo cierto es que cuando Perogrullo nació y no se sabe cuándo fue, nadie hablaba de crisis mercantil, y por esto, en su juventud no dijo nada sobre ella. Pero como de día en día la palabra ha ido haciéndose familiar, de manera que hoy cuando un rescatante o un pulpero necesita y no puede hallar un capital prestado, proclama la crisis.
Perogrullo, que se considera obligado por la tradición a suministrar al vulgo soluciones que estén a su alcance, para todas las cuestiones y dificultades que ocurran, ha tenido que ocuparse del asunto, empezando por determinar en qué consiste la crisis; y nos dice lo siguiente:
Para llevar a cabo una empresa industrial, del género que sea, se necesita un capital disponible. Recuérdese que capital no significa dinero, aunque los capitalistas reduzcan ordinariamente a dinero el capital que quieren dar prestado; pero el que lo recibe cambia inmediatamente las monedas por las cosas o servicios que su especulación requiere. Si es un empresario de ceba de ganado, cambia luego el dinero por novillos flacos; si es un constructor de casas, lo hace por materiales y salarios; si es un revendedor de víveres, por maíz, fríjoles, arroz. Nadie mantiene en moneda el capital que toma para especular, y el que tal cosa hiciera no ganaría un centavo para pagar los intereses. El capital prestado no está, pues, en dinero sino el menor tiempo posible. Ese dinero vuelve inmediatamente a representar otros capitales y rentas. Las mismas piezas de metal pueden significar en el curso de una semana 4, 6, 8 o más capitales diferentes.
En cualquier día en que no haya los capitales disponibles necesarios para continuar las especulaciones industriales emprendidas, los empresarios se encontrarán en una gran dificultad; necesitarán hacer gastos y no hallarán los fondos necesarios para hacerlos. Esto es lo que se llama una crisis.
Ya se ve que la crisis no depende de que haya en el país mucho o poco dinero, sino de que no hay en el mercado los capitales disponibles que se necesitan. Llámase mercado el teatro o campo de las especulaciones.
La falta de capitales disponibles, que causa la crisis, puede proceder de diversas causas. Una parte de los capitales circulantes puede haber sido consumida o destruida, puede haber emigrado al extranjero, o retirándose de la circulación por desconfianza; y aunque nada de esto haya sucedido, puede ocurrir la crisis, por falta de capitales.
Toda causa que destruye capitales, que los hace huir del país o retirarse de la circulación, produce o tiende a producir, una crisis más o menos intensa.
Cuando se emprenden especulaciones industriales que exigen un monto de capital disponible mayor que el existente en el país y que el que puede obtenerse del extranjero, vendrá la crisis, aunque no haya capital ninguno destruido, extraído o retirado de la circulación.
Este caso ocurre con frecuencia cuando sobreviene un acontecimiento importante, que hace esperar un gran desarrollo industrial, como la cesación de una larga guerra general; la apertura de los puertos de una región rica, que estaba sustraída del comercio; la construcción de grandes vías de comunicación, o cosas semejantes. Si los habitantes del Valle del Cauca o de los valles templados de Santander o de Boyacá hubieran creído a pie juntillas los anuncios de ferrocarriles, y se hubieran puesto a hacer grandes plantaciones de café, caña de azúcar y algodón con la esperanza de que aquellas vías de comunicación traerían al país capitales y darían salida a sus frutos, hoy estarían sufriendo una crisis verdadera y terrible, sin que hubiera habido capitales destruidos o extraídos.
Cuando se habla de la destrucción de capitales y de su fuga al extranjero, no hay que imaginarse que se destruye o se extrae del país una suma de dinero. Un capital puede ser destruido o extraído sin que se destruya o exporte un centavo de moneda metálica.
Supongamos que llega a Medellín un conquistador, gritando: ¡viva la libertad! o ¡viva el progreso! y que por la fuerza arranca a los capitalistas y propietarios un millón de pesos que destina a sus despilfarros personales y a los de sus cortesanos, a mantener y vestir tropas y a objetos semejantes; el día en que aquella suma se quita a sus dueños, el capital disponible del país habrá disminuido en un millón de pesos, sin que haya destruido una sola moneda.
Si un capitalista que tiene medio millón de pesos, que da a interés en Medellín, se llena de desconfianza acerca del curso de los negocios en el país, y resuelve trasladar su capital a Inglaterra o a Francia comprará frutos o letras de cambio, que enviará a aquellos países, ordenando que su valor lo depositen en un banco; saldrá del país un capital de 500.000 pesos, que estaba disponible, sin que por esto haya disminuido en un centavo el dinero que había en él.
Muchas veces, causas imaginarias producen crisis verdaderas, Se esparcen en un país, con apariencia de verosimilitud, rumores falsos de una gran revolución, de una invasión extranjera o de cualquiera otra causa grande de inseguridad; se intimidan con ellos los capitalistas y retiran de la circulación sus capitales; faltando por esto los elementos con que los empresarios creían contar, se paralizan las empresas: viene la crisis.
Las causas que hacen salir los capitales de un país son:
1. El exceso relativo de capitales en el país y su escasez o carestía en otro en que hay seguridad;
2. La inseguridad;
3. La desconfianza.
Todo valor tiende a irse de donde vale menos a donde vale más; esta tendencia produce el comercio interior y exterior. Pero para que el movimiento de los capitales se haga en este sentido, es necesario que haya seguridad, capaz de inspirar confianza, en el lugar donde el capital vale más. Los capitales son relativamente más abundantes y, por consiguiente, más barato su servicio, en Inglaterra y en Holanda que en los Estados Unidos, en Australia, en la India, en la América española, en Persia y en Marruecos. Si en todos estos países hubiera igual grado de aquella seguridad, la corriente de los capitales de Inglaterra y Holanda hacia ellos estaría en razón del valor de su servicio, es decir, del interés que el capital ganara en cada país. Esa corriente es hoy copiosa hacia los Estados Unidos y la Australia, y hacia la parte de la India bien gobernada; y es nula hacia Marruecos y a una gran parte de la América española.
Cuando en un país superabundan los capitales, y esto se conoce por lo pequeño del interés que ganan, su salida a buscar colocación no es un mal para el país sino un bien; porque es así como esos capitales producen mayor riqueza a la nación a que pertenecen sus dueños. Cuando los capitales escasean en un país, lo que se reconoce en el alto interés que producen, su emigración es un gravísimo mal, porque la industria de ese país y su población vendrán a menos; cesarán algunos trabajos productivos y los que subsistan serán menos provechosos para todos los industriales, porque bajará el valor de los salarios y disminuirá el consumo de los productos, por el alza del interés del capital.
La inseguridad, que hace huir los capitales de un país, tiene tres causas principales: la guerra, las revueltas interiores y el mal gobierno. Pudiera demostrarse que esta última es la causa verdadera en todo caso.
Es verdad que muchas veces una nación bien gobernada se ve comprometida, contra su voluntad, en una guerra con otra; pero esto no sucede sino porque en esa otra nación hay un Gobierno ambicioso o injusto. Se ve también, con frecuencia, que gobiernos moderados y justos son combatidos por rebeliones internas; pero esto acontece cuando las instituciones políticas no están en armonía con la constitución social; o los gobiernos no tienen los medios legales necesarios para mantener el orden. En uno y otro caso hay defecto en el gobierno.
Lo malo del gobierno, en su relación inmediata con el capital y la industria, consiste en que él mismo viola la seguridad de las personas y de las propiedades, o en que no da a esta seguridad, una protección eficaz contra las agresiones de los particulares.
La desconfianza es el temor de la inseguridad; y produce los mismos efectos que esta. Muchas veces existe un gran peligro oculto, pero como nadie lo conoce, no se altera la confianza, y los negocios no son afectados por él. Otras veces, como lo dijimos, no hay peligro ninguno; pero se cree que existe; nace la desconfianza y causa males efectivos.
La frecuencia y gravedad de las crisis están en razón directa de la extensión que ha tomado el crédito. Por esto las naciones más expuestas a ellas son las más dadas al comercio y a la fabricación, que son las industrias que más uso hacen del crédito. Inglaterra y los Estados Unidos son actualmente los países en que más se habla de crisis, y en que estas hacen mayores y más frecuentes estragos.
Si todos los empresarios de las diferentes industrias de un país trabajaran con capital propio, e hicieran todos los negocios al contado, no habría crisis sino para los que viven de salario. Cuando una causa cualquiera paralizara o trastornara las operaciones de la industria en el país, los empresarios, que serían al mismo tiempo los capitalistas, dejarían de ganar, tendrían que desfalcar sus capitales para vivir, pero no se verían envueltos en alarmas y embarazos.
Como la mayor parte de las empresas industriales, especialmente en el comercio, se alimentan con capitales prestados, y la mayor parte de los negocios se hacen a crédito, al paralizarse, por falta de capitales disponibles, algunas especulaciones, los empresarios que las dirigen no pueden pagar oportunamen te a sus acreedores, estos, que contaban con ese pago para cubrir sus deudas, no pueden tampoco hacerlo; los acreedores de estos se hallarán en el mismo caso; y en consecuencia, se formará una larga cadena de especuladores en imposibilidad de pagar al vencimiento de los plazos.
Todos concurren, entonces, a buscar capitales prestados, para salir del embarazo; pero como el mal ha procedido de que faltan en el mercado capitales disponibles, no hallarán quien les preste. Procurarán, sin embargo, vender barato y al contado los valores de que disponen; pero la misma falta de capitales disponibles hará imposibles o difíciles las ventas.
Sobrevendrán, en consecuencia e inevitablemente, las suspensiones de pago, las quiebras. Un individuo o una cosa que quiebra arrastra a los más embarazados de sus acreedores a correr igual suerte y cada uno de estos produce igual efecto respecto de sus acreedores; así el mal puede tomar, y toma muchas veces, una inmensa extensión.
Los negociantes de un país tienen acreedores en otros, a donde extienden sus negocios estos son afectados por la quiebra de aquellos, y no es raro que estas catástrofes mercantiles se propaguen de una nación a otras.
Ya hemos visto que sin que una parte de los capitales circulantes de un país haya sido destruida o exportada, sin que haya ocurrido ningún acontecimiento real que haya producido un cambio efectivo en el curso de los negocios, la mera desconfianza propagada, que hace retirar de la circulación los capitales disponibles, es capaz de producir por sí sola una crisis, y todos los males que trae en consecuencia.
El anuncio, pues, de una crisis, por imaginaria que ella sea, hecho por personas que por su situación en los negocios merecen crédito, es un acto de los más imprudentes y peligrosos; siendo tanto mayor el peligro y la intensidad de sus efectos cuanto mayor sea la extensión que ha alcanzado el crédito en el país. Sucede en esto lo que en un combate; si en lo más recio de él, cuando tal vez uno de los ejércitos beligerantes va triunfando, algunos de sus principales jefes se ponen a gritar: ¡Retirada! ¡Retirada! es seguro que ese ejército sufrirá la derrota. Las leyes de comercio deberían establecer penas graves contra los que hagan tales anuncios, como las militares las tienen establecidas, en todas partes, contra los que en un combate dan gritos capaces de producir el espanto y la fuga.
En nuestro país las crisis son raras, porque la extensión del crédito es muy limitada, y porque nuestra industria principal es la agricultura, en la que los economistas cuentan la minería.
Cuanto mayor es el capital fijo respecto del circulante, en un género de especulaciones, menos afectadas son ellas por la crisis. Se llama capital fijo, el que en las operaciones de la producción no cambia de forma o cambia lentamente; y circulante el que en cada operación cambia. El capital representado por un hato de vacas es un capital fijo; el que representa una partida de novillos de ceba, es un capital circulante. En el primer caso, la industria consiste en producir terneros y leche; las vacas son máquinas naturales para realizar aquella operación, que se reproduce sin que esas máquinas cambien. En el segundo, la industria se reduce a transformar en novillos gordos los flacos; concluida esta operación, los novillos se venden, y el capital cambia de forma.
El capital fijo pertenece, ordinariamente, al empresario; o ha sido tomado a largos plazos. Las industrias que más sufren en las crisis son las que viven de capitales tomados a plazos cortos.
Las empresas que reciben su vida y su prosperidad del crédito son las que necesitan más prudencia y un criterio más perspicaz y seguro, para prever la crisis y prepararse a resistir sus efectos; y las que tienen mayor interés en evitar que la crisis se desarrolle y se extienda. A esta clase pertenecen los bancos de emisión.